BUCÓLICA
Oigo, lejanas, las risas de los faunos.
Oh, ¿qué pastor podría apacentar mi melancolía…?
¡Y quién podría devolver la alegría al mundo,
a un mundo de marineros cuyos ojos reflejan
el salvaje latido de las violentas ondas!
Bajé de la montaña.
Ríos de miel,
con sus doradas olas,
endulzan los campos de la tierra.
Laboriosas abejas
guían el devenir de los hombres.
Breve, el canto de la rosa
me habla de un destino fugaz,
me protege de engañosas sirenas…
Armónicos coros embriagan mi alma,
prodigiosa ánfora es el hogar de mis sueños.
Veo, a la luz de la luna,
la esencia de las cosas.
Una agreste doncella
calma mi corazón.
¡Se han roto las cadenas de mi espíritu!
¡No acabe nunca, nunca, este dulcísimo sueño!
LA DIOSA
Recamada de espuma
despierta la mar.
Esa mar, ahora en calma,
se me antoja una diosa
en su lecho, tendida,
anhelando los besos
de espumeantes barcos.
¡Qué profundo abandono!
Tan sola, allá, en su mundo,
incesantes suspiros
la acercan a la vida.
¡Sus latidos qué firmes…!
El ritmo de las olas
da sentido a su espíritu;
con sazonados besos
el viento la acaricia.
Al audaz navegante
abre su corazón;
el azul de sus versos,
incansable, recita.